miércoles, 5 de noviembre de 2014

74* Sucio y puntual.

Los recuerdos no permiten vivir, solamente impiden la muerte inmediata.
Alargan el momento. Dan esa migaja de pan que te permite levantarte a la mañana siguiente y acudir a la zanja a cavar. Sucio y puntual.
Los recuerdos son maravillosos, bueno, maravillosos los que los son, otros son una puta mierda, pero hoy centrémonos en los maravillosos. Concilias el sueño recordando, coges fuerzas recordando, te vas a la ducha recordado... Si, ahí si que son útiles los recuerdos. Te pasas el día reviviendo sensaciones. Un día tras otro. Sueño tras sueño. Mañana tras mañana. Ducha tras ducha. Pero llega un momento que no haces más que repetir los mismos recuerdos, y por primera vez te das cuenta de ello. Que repetitivo. Empieza a perder el sentido. ¿Solo ocurren en mi mente?¿Ocurrió así o lo estoy modificando a mi antojo para seguir teniendo qué recordar?¿Ocurrió?
Por ejemplo, pensad en una palabra. Vamos a ver... Padre. Todos tenemos sentimientos asociados a ella. Ahora bien, repitela. Dos. Cinco. Diez. Treinta veces. Ahora separa bien las silabas, llena tu mente únicamente de la palabra. Llegará el momento en el que “padre” no será nada, ni lo será hermano, ni lo será chucho, ni amor. Sucesiones de sonidos familiares. Letras tras letras formando silabas, que a su vez forman palabras, y sobre estas palabras cimentamos nuestra existencia. Sobre estos estúpidos trazos sobre el papel de una libreta que me permiten respirar.

Respirar y acudir mañana a la zanja. Sucio y puntual.  


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